Edipo, el hijo de la Fortuna (III)

martes, 20 de abril de 2010
Desde que Apolo diese muerte a la malvada P itón, el oráculo a él consagrado se había convertido en un centro de peregrinación de toda Grecia. Delfos bullía de gente que iba a consultar al oráculo cualquier tema. Tal era el bullicio que hasta el hijo de un rey como Edipo debía de esperar pacientemente su turno para ofrendar un animal en sacrificio y luego para ser atendido por la pytia.

Esperó días y días hasta que pudo ser atendido y finalmente fue llevado ante la pytia tras el pertinente sacrificio. La pytia era una mujer madura, de una belleza fascinante o quizás fascinaba por que estaba en permanente contacto con Apolo. La mujer empezó a masticar unas hojas de laurel y a subir unas escaleras hasta una especie de trípode. Luego acercó su rostro a una grieta en la tierra para escuchar las palabras de Apolo. Al rato empezó a gritar, como poseída y balbucir algunas palabras. Luego Edipo acompañado de dos sacerdotes abandonó la estancia.

Edipo esperó un par de horas que se antojaron siglos. Finalmente los sacerdotes le tendieron una tablilla con las palabras de Apolo. La predicción se clavó en Edipo como una saeta, era monstruosa, lejos de revelar su origen, le decretó un destino monstruoso:

Matarás a aquel que te trajo al mundo y compartirás lecho con aquella que te llevo en su seno

Edipo huyó de allí horrorizado. Pólibo le había dado una buena vida, ¿Cómo iba a matarle? y casarse con su madre, aquello era monstruoso. Y decidió contrariar la voluntad del oráculo. Podía engañar a los dioses y rebelarse contra su voluntad y así lo haría. Puso rumbo a Tebas.

El camino a Tebas era largo, pero le alejaba de su bienamada patria Corinto. Así no podría dañar a quienes amaba. Un carruaje se presentó ante Edipo, parecía el cortejo de algún rey a juzgar por las ricas ropas que llevaba el hombre que le interpelaba

"Ápartate forastero, dejanos pasar"

Edipo se negó

"Ápartate he dicho" volvió a tronar el Rey.

Edipo se negó. Uno de los cinco criados que le acompañaban intentó apartarle, pero Edipo lo atravesó con la pequeña espada que llevaba para combatir a los bandidos que abundaban por los caminos de la Hélade. Otros dos fueron a reducirle, experto esgrimista, Edipo les arrebató la vida. No había terminado de secar la sangre de su espada cuando otros dos criados más fueron a luchar contra él. De nuevo el acero de Edipo acabó con uno de los criados e hirió a otro, que salió huyendo de allí.

El rey bajó del carro furioso y, espada en mano, atacó a Edipo. Éste se defendió del abrupto ataque y, haciendo una finta, hundió la hoja de su espada en el costado del soberano. Y de esta manera se ponía fin a la vida de Layo.

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