El vuelo de los cisnes. El demonio del aire

domingo, 6 de junio de 2010
La bruja se devanaba la mente pensando qué le diría a su padre adoptivo al presentarse ante él sin los hijos de Lir. Conocía el poder del Sumo Monarca pero también sabía el miedo que le inspiraba el rey de la Colina del Campo Blanco. Un plan se fue forjando, Erín podría sumergirse en la guerra, pero ella quedaría a salvo en Tara.
Pronto llegó a la Colina donde reinaba su padre adoptivo y, antes de que pudiera desmontar, los hombres del Consejo le asediaron a preguntas acerca de los niños:
−No hablaré a menos que esté ante el rey –dijo Oifa.
−Aquí me encuentro –Dearg había aparecido de pronto− habla.
−El rey Lir, mi esposo, se niega a que sus hijos se eduquen al amparo de vuestros muros.
Dearg, a quien los druidas le habían enseñado prudencia, moderó su primer impulso de indignación. Acogió a su ahijada, pero al mismo tiempo envió emisarios a la Colina del Campo Blanco.
−Mis hijos fueron enviados a la Corte de Dearg –dijo Lir a los emisarios.
−Vuestra esposa afirma que os negáis a enviarlos –repuso el hombre que encabezaba la delegación.
−Pues ella miente. ¿Qué ha hecho con mis hijos?
Y tras esta pregunta el rey Lir reunió a sus guerreros y se dirigió a la Colina de Tara.

Al pasar por el Lago del Ojo Rojo unos cisnes cantaron:
−Saludamos a la compañía de jinetes
que se acercan al Lago del Ojo Rojo,
¿no son estos hombres de magia y poderío
que nos buscan entre las olas?
Así pues, acercaos a la orilla
hermanos, Aod,
Fiachra y el hermoso Conn,
porque estos jinetes no son extraños
sino nuestro padre Lir y sus hombres.

−¿Quiénes sois? –inquirió el rey acercándose al lago.
−Somos los hijos de Lir −respondieron− nuestra madrastra nos hechizó.
Entre lágrimas y gran desconsuelo, Lir y sus hombres siguieron rumbo a la Corte de Dearg. Una vez allí contó al rey de Tara lo que su hija había hecho. Este montó en cólera y la hizo llamar:
−¿A qué criatura es la que más detestas por su figura en este mundo?− inquirió el rey a la bruja.
−Los más horribles son los demonios del aire –repuso.
−Pues en uno de ellos vas a convertirte –dijo el rey a la vez que esgrimía su varita.
En ese momento el bello rostro de la mujer adquirió un tono enfermizo y afilado, unas horribles alas surgieron de su espalda y se desvaneció en el aire, donde moraría por el resto de sus días.

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