La transmisión de la mitología celta

jueves, 10 de junio de 2010
La sociedad celta no fue dada a poner por escrito sus leyendas, los druidas sostenían que solo la memoria y la recitación podían mantener puras las tradiciones. Ese es uno de los grandes problemas que los historiadores, filólogos y otros estudiosos se han encontrado a la hora de profundizar en su sociedad, su pensamiento y sus tradiciones. Lo que de ellos nos ha llegado ha sido principalmente por recopilaciones de autores cristianos que datan del siglo VII a.C., se entiende que suavizadas en su aspecto religioso más druídico, mientras que otros se han mantenido vivos en la tradición oral popular de las zonas celtas.
La aparición continua en los mitos celtas de Gran Bretaña e Irlanda se debe a la ausencia de restos materiales y la desaparición temprana de las tradiciones druídicas en el resto de la Europa céltica. “El libro de la vaca Dun” fue el primer hallazgo importante, manuscrito que contiene las sagas de héroe CuChulain, esta tradición fue recogida por un monje irlandés en el s. XII. Así, en recopilaciones de este tipo han llegado a nuestros días parte de la mitología popular celta.
Como ya mencionamos más arriba, la tradición oral ha sido fundamental para la transmisión de la mitología celta, hasta el siglo XVIII existían en Irlanda, último reducto celta desde los romanos, narradores (tinkers) que contaban sus historias en las tabernas al calor del fuego, herederos directos de los filidh medievales, quienes viajaban por las diferentes cortes de los reyes de la isla, y quienes a su vez habían heredado el legado de los druidas de los robledales.
Por este motivo es por el que, en muchas ocasiones, los mitos celtas, que se supone que se originaron en la Antigüedad, tienen ese cariz tan medieval que les es característico. También a ello contribuyeron autores del Romanticismo irlandés, como Yeats, quienes recrearon las versiones populares en la, tan de moda por aquella época, Edad Media. Las leyendas artúricas, el ciclo de Cuchulain, y tantos otros cuentos parecen perderse en la noche de los tiempos, pero han llegado a nosotros revestidos de un medievalismo romántico que oscurece muchas facetas originales que quizá se han perdido para siempre.

El vuelo de los cisnes. De la Roca de las Focas a las Tierras del Oeste

martes, 8 de junio de 2010
Los hijos de Lir cantaban sus penas desde el lago del Ojo Rojo, visitados por todos los habitantes de la Comarca, quienes se paraban a escucharlos. Un día decidieron que era hora de partir. Decidieron dirigirse al este, hacia el mar que separa Erín de Alba.
De pronto una tormenta les salió al paso, las fuertes ráfagas de aire los separaban:
−Encontrémonos en las Roca de las Focas por si nos perdemos.
Los truenos y relámpagos los envolvieron, fuertes vientos los llevaron de aquí para allá y la lluvia empapaba sus plumas.
Fingula, agotada, volaba buscando la roca. De pronto el mar se levantó arrojándola a tierra. Era el islote y allí estaban Conn y Fiachra empapados y cubiertos de sal.
−¿Dónde está Aod? –inquirió Fingula mientras refugiaba a sus hermanos bajo sus alas.
Cuando llegó la calma y apareció el sol Aod aún no había aparecido. Pero de pronto un pescado fue arrojado delante de ellos. Aod aparecía seco y con comida para alborozo de sus hermanos.

Un día un grupo de radiantes caballos blancos se acercó a la costa, los niños reconocieron a los hijos del rey Dearg y le pidieron noticias a lo que respondieron:
−El rey, nuestro padre, está bien y también el vuestro, el rey Lir. Sin embargo están afligidos por vuestra ausencia.

A su regreso los hijos de Dearg relataron lo que habían visto entretanto los hijos de Lir volvían a casa. Cuando llegaron a la colina del Campo Blanco, lo encontraron todo abandonado, la hierba había tomado posesión del lugar. Desolados los niños partieron hacia las islas del Oeste.

Por esa época la profecía se hacía realidad, Deoch, princesa de Munster se había prometido con Lairgnen, príncipe de Connaught. Sin embargo, Deoch quería que su príncipe le trajera los cisnes. Lairgnen los encontró en el lago de los Pájaros, se acercó a ellos y les quitó las cadenas de plata con los que la bruja los había encadenado.
En ese instante los cisnes se transformaron de nuevo en humanos, pero los niños se habían convertido en ancianos. Murieron al poco y sus cuerpos se dispusieron de la misma forma que habían estado en vida: Fiachra y Conn a ambos lados de Fingula y Aod sobre su pecho.

El vuelo de los cisnes. El demonio del aire

domingo, 6 de junio de 2010
La bruja se devanaba la mente pensando qué le diría a su padre adoptivo al presentarse ante él sin los hijos de Lir. Conocía el poder del Sumo Monarca pero también sabía el miedo que le inspiraba el rey de la Colina del Campo Blanco. Un plan se fue forjando, Erín podría sumergirse en la guerra, pero ella quedaría a salvo en Tara.
Pronto llegó a la Colina donde reinaba su padre adoptivo y, antes de que pudiera desmontar, los hombres del Consejo le asediaron a preguntas acerca de los niños:
−No hablaré a menos que esté ante el rey –dijo Oifa.
−Aquí me encuentro –Dearg había aparecido de pronto− habla.
−El rey Lir, mi esposo, se niega a que sus hijos se eduquen al amparo de vuestros muros.
Dearg, a quien los druidas le habían enseñado prudencia, moderó su primer impulso de indignación. Acogió a su ahijada, pero al mismo tiempo envió emisarios a la Colina del Campo Blanco.
−Mis hijos fueron enviados a la Corte de Dearg –dijo Lir a los emisarios.
−Vuestra esposa afirma que os negáis a enviarlos –repuso el hombre que encabezaba la delegación.
−Pues ella miente. ¿Qué ha hecho con mis hijos?
Y tras esta pregunta el rey Lir reunió a sus guerreros y se dirigió a la Colina de Tara.

Al pasar por el Lago del Ojo Rojo unos cisnes cantaron:
−Saludamos a la compañía de jinetes
que se acercan al Lago del Ojo Rojo,
¿no son estos hombres de magia y poderío
que nos buscan entre las olas?
Así pues, acercaos a la orilla
hermanos, Aod,
Fiachra y el hermoso Conn,
porque estos jinetes no son extraños
sino nuestro padre Lir y sus hombres.

−¿Quiénes sois? –inquirió el rey acercándose al lago.
−Somos los hijos de Lir −respondieron− nuestra madrastra nos hechizó.
Entre lágrimas y gran desconsuelo, Lir y sus hombres siguieron rumbo a la Corte de Dearg. Una vez allí contó al rey de Tara lo que su hija había hecho. Este montó en cólera y la hizo llamar:
−¿A qué criatura es la que más detestas por su figura en este mundo?− inquirió el rey a la bruja.
−Los más horribles son los demonios del aire –repuso.
−Pues en uno de ellos vas a convertirte –dijo el rey a la vez que esgrimía su varita.
En ese momento el bello rostro de la mujer adquirió un tono enfermizo y afilado, unas horribles alas surgieron de su espalda y se desvaneció en el aire, donde moraría por el resto de sus días.

El vuelo de los cisnes. La madrastra

viernes, 4 de junio de 2010
Dearg estaba disgustado. La muerte de Ove hacía peligrar el equilibrio en Erín, si Lir decidía que era más poderoso que él posiblemente lo retaría y la guerra retornaría a las feraces praderas de la isla. Los reyes buscarían nuevas alianzas y el Sumo Monarca sería destronado hasta que hubiera una nueva elección. Tendría que reafirmar la alianza con su inestable yerno y Oifa, la hermana de Ove, sería la herramienta ideal.
Una nueva boda se celebró en la colina del Campo Blanco. Lir y Oifa contraían matrimonio. La pareja vivió feliz y los hijos de Ove crecieron en paz. Pero la madrastra de los niños pronto empezó a sentir celos de los hijos de su hermana.

Una noche Fingula, la hija mayor, se despertó en medio de una pesadilla, había soñado que su madrastra era una malvada bruja que los sacrificaba a los poderes del Sidhe. Esa mañana acudió temerosa a la llamada de Oifa, quien había decidido sacar a los niños a dar un paseo en su carro.
Fingula se resistió, temía las intenciones de su madrastra. Pero sus forcejeos y lloros no sirvieron para nada y sus tres hermanos, su madrastra y ella salieron en dirección al lago de los Robles. Éste era un lugar habitado por las gentes del Otro lado, por los hombres del Sidhe. La leyenda decía que eran los antiguos habitantes de Erín, quienes, tras ser derrotados por los hijos de Mil, pidieron habitar en aquellos lugares que fueran inaccesibles para los vencedores. Así fue como se refugiaron en los lagos, cavernas y bosques.
Una vez en el lago la madrastra gritó:
−¡Escuchad habitantes del Sidhe! Soy Oifa y vengo a entregaros a los cuatro hijos de Lir en sacrificio.
Sin embargo los habitantes del Sidhe no la escucharon ya que ellos no eran perversos y de nada les beneficiaría quedarse a unos descendientes de Mil. Ante esto mandó a los niños al lago a nadar y, una vez que estos estuvieron dentro, la mujer sacó una varita regalada por un druida y cantó:
−¡A las aguas salvajes, descendencia real de Lir! Vuestros gritos se perderán para siempre entre las aves.
Al mismo tiempo que cantaba arrojó unas cadenas de plata al lago. Las aguas comenzaron a hervir, mientras los niños gritaban y se retorcían, un suave plumón, que al tiempo se convirtió en plumas rodeó el cuerpo de los niños, sus voces se convirtieron en graznidos, y al poco, los hijos de Lir eran cuatro hermosos cisnes.
Pero Fingula aún conservaba algo de su poder y dijo:
−¡Te conocemos por lo que eres bruja! Tienes el poder de hacernos nadar en el lago, pero descansaremos en tierra a la luz de la luna y conservaremos el don del habla para transmitir tus maldades a quien quiera escucharnos. ¡Deshaz este hechizo!
La bruja atemorizada por las palabras de la niña cisne dijo:
−Vuestra forma la recuperaréis cuando Connaught del Sur se case con Munster del Norte.
Y huyó atemorizada hacia la corte del Sumo Monarca.

El vuelo de los cisnes. Lir y Ove

miércoles, 2 de junio de 2010
En la verde Colina de Tara se había convocado al Consejo de los Cinco Reyes para elegir al Supremo Monarca. Dos eran los candidatos: Dearg, hijo de Dagda, de la estirpe de los druidas, cuyo linaje se remontaba a los hijos de Mil, famoso por su habilidad en la caza, y Lir, rey en la colina del Campo Blanco, victorioso en la guerra y destructor de barcos. Los reyes eligieron a Dearg y una cólera negra invadió a Lir, quien abandonó la Colina sin prestar fidelidad al nuevo Supremo Monarca.
Los reyes se aprestaron a iniciar la persecución y dieron orden de herirlo a espada y lanza por su traición. Sin embargo el nuevo Supremo Monarca lo impidió:
−El día de mi elección no se derramará sangre en Erín −declaró− le haremos pariente nuestro y podrá elegir esposa entre las tres hijas de Oilell de Arán, mis hijas adoptivas.

El rey Lir se había refugiado en su corte en la colina del Campo Blanco mientras rumiaba su negra cólera y allí llegaron los mensajeros de Tara. El rey acogió a los emisarios, escuchó la oferta del Supremo Monarca y la consideró aceptable. A los pocos días organizó una comitiva de cincuenta carros en dirección al lago del Ojo Rojo, en Killaloe. Allí estaba el Supremo Monarca Dearg y las tres hijas de Oilell. Eran tres preciosas doncellas, de cabellos de oro oscurecido y ojos verdes, fino talle y gráciles piernas. Iban vestidas con túnicas de lino blanco, traídas de más allá del mar y, ajustados a sus finos cuellos, un collar de oro que resplandecía a la luz del sol.
Las doncellas contemplaron al apuesto rey. Era el más joven de los cinco reyes de Erín y su barba negra azulada aún no tenía canas, su melena castaña con reflejos cobrizos ondeaba al viento enmarcando un rostro que en apariencia parecía duro, sin embargo bajo esa dureza se percibía la confusión en la que se hallaba por la elección.
Dearg, que se sentía responsable de la paz en Erín, quería calmar las ansias belicistas del rey Lir, necesitaba atarlo a él de alguna manera. Y nada mejor que un matrimonio para hacerse con un poderoso aliado. Parecía que su plan funcionaba ya que Lir se había quedado prendado de sus ahijadas:
−¿Por cuál de ellas te decides? –preguntó suavemente y sugirió− la doncella Ove es la mayor de las tres y será tuya si la deseas.

Lir y Ove se casaron en la colina del Campo Blanco y el matrimonio fue feliz, tuvieron mellizos, Fingula y Aod. El joven rey sirvió desde entonces al Supremos Monarca con fidelidad en todas sus guerras. Sin embargo unas oscuras nubes de tormenta se cernieron sobre la corte del Campo Blanco.
Ove se acercaba a un nuevo parto, pero este presentaba complicaciones. Los druidas y matronas no pudieron hacer nada y, tras dar a luz a dos nuevos hijos, la madre murió. Lir se sumió en la tristeza.

Edipo, el hijo de la Fortuna (IV)

martes, 27 de abril de 2010
El camino a Tebas fue largo y duro. Edipo tardó mucho tiempo en llegar a Tebas pero desde donde estaba veía las murallas de Tebas. Ahí emprendería una nueva vida, lejos de aquellos a los que amaba y a los que tanto daño haría según el oráculo. Sonrió. Había esquivado los oscuros designios de los dioses. La verdad es que los dioses no eran infalibles: se les podía engañar. Lo demostró Prometeo, aunque acaso el titán se acabase excediendo y tentando a su suerte. Pero lo de Edipo era algo puntual. Acto seguido marchó hacia Tebas, donde le esperaba una nueva vida.

Camino a Tebas encontró un enorme campamento. Hombres, mujeres, niños y ancianos se arremolinaban en unas condiciones infrahumanas, lo que llevó a Edipo a interpelar a un muchacho

"¿Qué hacéis viviendo así cuando está Tebas a tan poca distancia, viajeros? Aunque esteís cansados, ¿No os merece la pena andar un poco más y descansar en un jergón en Tebas?"

El muchacho respondió

"Mi señor somos tebanos que salimos a Delfos en peregrinación pero no podemos entrar a la ciudad. En las afueras está un monstruo que se llama la Esfinge y que formula un enigma a todo aquel que entre a Tebas. Si lo acierta le franquea el paso y si fracasa, le devora. Hasta ahora nadie ha resuelto el enigma"

"¿Y no hace nada vuestro Rey para dar muerte a esa perra cantora?" razonó Edipo

"No tenemos Rey. Largo tiempo hace que partió Layo en busca de una respuesta para el enigma pero todavía no ha vuelto. Creonte le da por muerto y ofrece la corona y la mano de la reina Yocasta a todo aquel que resuelva el enigma"

Edipo se mesó el mentón. Aquello era un buen futuro, merecía probar fortuna. Si lo resolvía sería Rey y si no, sería devorado y su sufrimiento tendría fin.

"Déseame suerte chico" dijo Edipo mientras marchaba hacia Tebas.

Cuando estaba a punto de llegar a las murallas una sombra tapó el cielo y la Esfinge se posó delante de Edipo. Era grande como una leona y tenía un par de alas fuertes para levantar su cuerpo. Su cabeza era la de una mujer, atractiva de no ser por los ojos felinos que tenía y los caninos ligeramente afilados que presentaba.

"Bien viajero, debes de resolver este enigma si quieres entrar a Tebas. Si fracasas serás devorado"

"Plántealo" dijo Edipo mientras se hacia a un lado del camino y se sentaba en un risco.

La Esfinge carraspeó y lanzó su enigma:

"¿Qué animal tiene cuatro patas al amanecer, dos al mediodía y tres al anochecer?"

Edipo pensó mientras la Esfinge le miraba, sacando sus garras y saboreando el bocado que tenía ante ella. Edipo la miró y dijo:

"Fácil. Es el hombre que al amanecer de su vida se vale de cuatro patas para moverse, dos en su madurez y tres cuando es anciano y su vida anochece, pues necesita de un bastón para andar"

La Esfinge abrió mucho los ojos, balbuceó algo y salió volando de allí hasta estrellarse contra unos riscos, perdiendo la vida. Hubo entonces un gran silencio y luego grandes vítores. Las puertas de la muralla se abrieron y soldados y ciudadanos fueron a abrazar a Edipo. Los que estaban afuera abrazaban a los familiares de los que tanto tiempo habían estado separados.

Entonces sonó una trompeta y los soldados empezaron a apartar a la muchedumbre. Enfrente suya estaban dos figuras: la de una hermosa mujer de cabello azabache y de ojos verdes y la de un hombre vestido de purpura, en un cojín llevaba una corona.

"Muchas gracias..." dijo el hombre

"Edipo, mi nombre es Edipo"

"Soy Creonte, regente de esta ciudad. Nuestro Rey Layo ha muerto y no tenemos quien nos gobierne. En virtud de las pragmáticas que he dictado, te corresponde la mano de mi hermana, la reina Yocasta" levantó ligeramente la mano de la Reina " y la corona de Tebas"

Creonte avanzó, se arrodilló y puso la corona en las sienes de Edipo.

"¡Viva el Rey! Larga vida a Edipo, Rey de Tebas"

Edipo, el hijo de la Fortuna (III)

martes, 20 de abril de 2010
Desde que Apolo diese muerte a la malvada P itón, el oráculo a él consagrado se había convertido en un centro de peregrinación de toda Grecia. Delfos bullía de gente que iba a consultar al oráculo cualquier tema. Tal era el bullicio que hasta el hijo de un rey como Edipo debía de esperar pacientemente su turno para ofrendar un animal en sacrificio y luego para ser atendido por la pytia.

Esperó días y días hasta que pudo ser atendido y finalmente fue llevado ante la pytia tras el pertinente sacrificio. La pytia era una mujer madura, de una belleza fascinante o quizás fascinaba por que estaba en permanente contacto con Apolo. La mujer empezó a masticar unas hojas de laurel y a subir unas escaleras hasta una especie de trípode. Luego acercó su rostro a una grieta en la tierra para escuchar las palabras de Apolo. Al rato empezó a gritar, como poseída y balbucir algunas palabras. Luego Edipo acompañado de dos sacerdotes abandonó la estancia.

Edipo esperó un par de horas que se antojaron siglos. Finalmente los sacerdotes le tendieron una tablilla con las palabras de Apolo. La predicción se clavó en Edipo como una saeta, era monstruosa, lejos de revelar su origen, le decretó un destino monstruoso:

Matarás a aquel que te trajo al mundo y compartirás lecho con aquella que te llevo en su seno

Edipo huyó de allí horrorizado. Pólibo le había dado una buena vida, ¿Cómo iba a matarle? y casarse con su madre, aquello era monstruoso. Y decidió contrariar la voluntad del oráculo. Podía engañar a los dioses y rebelarse contra su voluntad y así lo haría. Puso rumbo a Tebas.

El camino a Tebas era largo, pero le alejaba de su bienamada patria Corinto. Así no podría dañar a quienes amaba. Un carruaje se presentó ante Edipo, parecía el cortejo de algún rey a juzgar por las ricas ropas que llevaba el hombre que le interpelaba

"Ápartate forastero, dejanos pasar"

Edipo se negó

"Ápartate he dicho" volvió a tronar el Rey.

Edipo se negó. Uno de los cinco criados que le acompañaban intentó apartarle, pero Edipo lo atravesó con la pequeña espada que llevaba para combatir a los bandidos que abundaban por los caminos de la Hélade. Otros dos fueron a reducirle, experto esgrimista, Edipo les arrebató la vida. No había terminado de secar la sangre de su espada cuando otros dos criados más fueron a luchar contra él. De nuevo el acero de Edipo acabó con uno de los criados e hirió a otro, que salió huyendo de allí.

El rey bajó del carro furioso y, espada en mano, atacó a Edipo. Éste se defendió del abrupto ataque y, haciendo una finta, hundió la hoja de su espada en el costado del soberano. Y de esta manera se ponía fin a la vida de Layo.

Edipo, el hijo de la Fortuna (II)

viernes, 16 de abril de 2010
Edipo encontró en los reyes de Corinto los padres que los dioses le habían negado. Fue educado para en un futuro suceder a Pólibo como soberano. Un rey justo y sabio, temeroso de los dioses. Nunca pudo Edipo reprochar a sus padres adoptivos el haberle hecho desdichado.

Sin embargo había algo que le atormentaba: desde muy pequeño había tenido que aguantar las murmuraciones de sus compañeros de juego y pese a que Edipo les reprendía y les instaba a que aportasen pruebas. Ninguno aportó nada y aunque Edipo no debía de dar pábulo a esas habladurías, acabó haciéndolo. Eran años y años teniendo que aguantar que no era hijo de su padre.

Un día la habladuría se convirtió en acusación. En un banquete celebrado en la corte de su padre, un borracho acusó a Edipo de no ser hijo de su padre. Edipo estalló y resolvió callar para siempre ese mero chisme de aldea que había ido ya demasiado lejos.

Resolvió acabar aquello de la única manera que sabía: preguntaría al Óraculo de Delfos sobre sus orígenes y así acabaría con las especulaciones. Y sin decirlo a nadie, tomó camino del óraculo, sin escolta ni séquito, como un viajante más.

Perseo en la Historia, una aproximación al mito.

miércoles, 14 de abril de 2010
Como habéis podido comprobar hemos decidido comenzar en el blog con el mito de Perseo. ¿Por qué? No es de lo más antiguos, ni contiene elementos originales, de hecho sus personajes son arquetipos de la mitología helena, lo que, sin embargo, también puede tener sus ventajas. También podemos ver en este Mito la representación de una sociedad peculiar y otros temas que surgirán a lo largo de este análisis.
Apolodoro de Alejandría en su obra Bibliotheca Mitologica nos hace un elenco de los principales Ciclos de Héroes así como otros mitos de carácter ctónico y etiológico y, por supuesto, todos tiene un carácter, más o menos marcado, religioso.
Los mitos más antiguos que podemos encontrar en la civilización helena, según la versión de Apolodoro, son los Ciclos Tebano y Troyano, así como mitos de carácter etiológico, como el Rapto de Perséfone.
Otro criterio en el ordenamiento de los Mitos que se podría seguir es el cronólogico. En los momentos en que Historia y Mito, que no es más que una explicación de la realidad desde una visión diferente, se tocan se puede trazar una línea cronólogica, necesariamente muy desvaída. Ya vimos que Perseo se enfrenta al hermano de un lejano antepasado por la mano de Andrómeda. Según este criterio el Ciclo más antiguo sería el Minoico-Ático, luego el Tebano, el Argivo (al cual pertenece Perseo), etc.

Anteriormente dijimos que el Mito de Perseo no tiene elementos originales, en realidad es la justificación del poder que tendría la familia Perseida en la Época Oscura, tras la Época Micénica, por oposición a la familia Heráclida, pero esta historia quizá sea contada en otra ocasión.
Es un mito donde aparecen varios personajes y situaciones arquetípicas de la civilización indoeuropea y, en particular, helena. Podemos comenzar por el propio Perseo, hijo de Zeus y de una mortal, como tantos otros, que debe emprender un viaje de maduración para lograr su objetivo. Los viajes de los mitos siempre son fuera de la Oikumene, es decir, el mundo conocido por los griegos, las tierras bárbaras donde se desconocen a los griegos, en Perseo están simbolizados por el titán Atlas, las Grayas y la propia Medusa.

Otro aspecto que podríamos señalar es la aparición en el mito, de refilón, de los gemelos Arcisio y Preto, abuelo y tío abuelo de Perseo respectivamente. Dos gemelos que desde el seno materno están en guerra y mediante esta crean la civilización. En la civilización indoeuropea es un lugar común la guerra de gemelos, veáse a los romanos Rómulo y Remo.

Es necesario señalar el papel de la religión en el mito de Perseo que, como todos los Mitos, tiene una carga moral importante. Señalaremos tres ejemplos que como dijimos no tienen nada de originales:
En primer lugar el hecho de que Apolo, dios oriental afincado en Delfos, castigara a Arcisio por su hybris, soberbia. La hybris era el mayor delito que se podía cometer contra los dioses y era irrevocablemente castigada con la némesis. En el caso de Arcisio, morir a manos de su nieto. La némesis siempre se cumplía, aunque el castigado intentara huir de ella.
Por otro lado encontramos el caso de Policdetes y Dictis, el primero cruel infractor de la ley divina, el segundo celoso guardián de esta. Policdetes no sigue las normas elementales de hospitalidad impartidas por Zeus Xenios, tema que Homero tratará ampliamente en la Odisea, mientras que Dictis sí lo hará.
En tercer lugar encontramos la purificación de Perseo tras haber cometido un crimen. Preto, como rey-sacerdote, le impone un castigo acorde con este, homicidio involuntario, para limpiarlo. Sin esta purificación, la sangre de Arcisio hubiera reclamado venganza.
Así podemos decir que en este Mito hay una profunda enseñanza religiosa para las élites, porque es a ellas a quien va dirigida. Estos mitos eran narrados en los palacios de los Wanax, reyes-sacerdotes de la Época Oscura y, aunque ambientados en Época Micénica, reflejan aspectos de la Época en la que eran narrados. Su sociedad jerárquica, al frente de la cual estaba el rey-sacerdote, sus palacios-fortaleza, el clima de guerra continua, solo atemperados por las normas dadas por los dioses y un largo etcétera en el que no me detendré aquí.
El mito de Perseo ha perdurado en el tiempo, desde que era cantado en los palacios de la Época Oscura Helena, pasando por el período Helénico del siglo III a.C., llegando a Roma y, a través de ella, a la Literatura Universal y al Arte.

Grimal, P: Diccionario de Mitología, Akal, 1989.

El hijo de la Argiva. Perseo, rey de Micenas

lunes, 12 de abril de 2010
A los días de la muerte de Arcisio, Perseo ofició los funerales de su abuelo. Allí acudieron los Reyes de las principales ciudades de la Hélade, entre ellos Preto, rey de Tirinto y hermano de Arcisio. Tras la ceremonia, en la que el cadáver del rey fue incinerado y sus cenizas guardadas en una urna que reposaría en Argos, Preto se acercó a Perseo:
“¿Qué harás ahora?” inquirió el rey.
“Viajaré por el mundo” respondió Perseo tristemente “no puedo permanecer en una tierra que he mancillado”
Preto sonrió pensativo, sus ancianos ojos parecían chispear, y dijo:
“Arcisio era mi hermano gemelo, estuvimos en guerra durante muchos años. Hicimos temblar la tierra con nuestros ejércitos una y otra vez hasta que envejecimos y él tuvo a Dánae. No voy a permitir que su nieto lleve la vida que me has descrito”
“¿Qué se puede hacer?” preguntó el joven.
“Te purificarás trabajando para el dios Apolo en Delfos hasta que éste lo estime oportuno, luego reinarás en mi ciudad, Tirinto. A cambio…” el anciano lo dejó en suspenso.
“¿A cambio de qué, rey de Tirinto?” Perseo le miró con desconfianza.
“A cambio de que cedas desde este instante los derechos del trono de Argos a mi hijo Megapentes” dijo con una sonrisa Preto.
“Hermano de mi abuelo, sois muy astuto” dijo el joven “pero no tengo más opción que admitir tus condiciones. Así será”

Un tiempo después Perseo, rey de Tirinto, comenzaba la construcción de una inmensa ciudad con vocación de capital del mundo griego. Las murallas de la ciudad de Micenas, la rica en oro, nacieron junto con el tercer hijo de Perseo, Esténelo, quien reuniría en su persona las coronas de Argos, Tirinto y Micenas.


"Y esta es la historia que contó el anciano ciego de Tirinto a sus oyentes" dijo el abuelo "pero estos no creo que se quedaran tan dormidos como vosotros"
Los pequeños estaban hechos un ovillo en la alfombra. Se habían quedado totalmente dormidos con la melodiosa voz del abuelo.



Fuentes que se han consultado para realizar esta versión:

Apolodoro de Rodas, Bibliotheca Mitologica
Hesíodo, El Escudo.
Horacio, Odas, III, 16.
Ovidio, Metamorfosis, IV
Píndaro, Perseo, en Apolodoro de Rodas, Bibliotheca Mitologica

Edipo, el hijo de la Fortuna (I)

sábado, 10 de abril de 2010
Layo estaba hundido en el salón del trono. A unas pocas estancias de allí, su esposa Yocasta se encontraba dando a luz. Normalmente, el nacimiento de un hijo es motivo de regocijo entre los hombres, pero para el rey tebano, lo que debía de recibir como un regalo de los dioses era una maldición.
Mientras estaba hundido en el trono desde donde gobernaba la ciudad unas palabras no dejaban de martillearle la mente. Palabras de un oráculo que le profetizaba el nacimiento de un hijo suyo que le acabaría dando muerte y desposando con su madre. Y ese "monstruo" se encontraba naciendo en esos momentos.
Aunque caprichosos, los dioses no solían obrar por que sí. Ese oráculo era un castigo a Layo por violar a Crisipo mientras era huésped de Pélope. Había traicionado la generosa hospitalidad del rey, que le había ofrecido el pan y la sal.

"Mi señor es un niño" dijo una sierva sacando de su ensimismamiento a Layo.

Pesadamente, el Rey se levantó y fue a la estancia de Yocasta envuelto en una nube de criados. Normalmente, la distancia entre las dos habitaciones era corta, pero a Layo se le antojó una eternidad lo que normalmente le llevaba unos minutos. Finalmente, entró a la habitación.

Ahí estaba Yocasta, tumbada en la cama, agotada. Una sierva se encontraba limpiando al bebé. Layo se acercó y lo miró, luego miró a un criado y dijo:

"Llévatelo por ahí y deshazte de él. Este niño no traerá nada más que desgracias a Tebas"

"Pero señor, es solo un bebé de unas horas" protestó el siervo.

"Haz lo que te digo"

El pobre hombre tomó al bebé y se lo llevó de allí. Preparándose para su partida se vistió con ropas de viaje y ató al bebé por los tobillos a un palo, como si fuese una liebre cobrada por los lebreles del rey.

El hombre partió lejos, muy lejos de Tebas y se adentró en las tierras que separan Tebas de Corinto. Allí se encontraba un pastor apacentando a sus ovejas. Apenado por tener que ver con la muerte de un ser tan indefenso, el criado tomó el bebé y se lo entregó al pastor.

El pastor era un criado del Rey de Corinto, Pólibo. Pólibo no tenía heredero alguno y el pastor pensó que el Rey podía ser un buen padre para el chiquillo. Comprobó que no andaba desencaminado cuando vio la alegría con la que Pólibo acogió al pequeño.

"Mira esposa mía, al fin tenemos un heredero" dijo Pólibo

Dichosa por el regalo que le hacían los dioses, la mujer dijo:

"¿Qué nombre le pondremos?"

Pólibo miró los pies hinchados del niño y dijo:

"Edipo"

El hijo de la Argiva. Perseo y Arcisio

jueves, 8 de abril de 2010
Las puertas de la sala de banquetes de Policdetes se abrieron de par en par, una figura se recortó en las sombras. Perseo penetró en la estancia, su dura mirada contempló a los comensales y se fijó en el tirano, que presidía la mesa. Dánae contempló a su hijo, que ya se había convertido en hombre, mientras el silencio inundaba la estancia.
“Madre, Dictis, salid de aquí” dijo.
Ambos se apresuraron a obedecerlo y salieron de la estancia mientras el joven proseguía diciendo:
“He cumplido la misión que me encomendaste Policdetes, contempla tu premio”

Perseo sacó la cabeza de Medusa de la bolsa donde la llevaba oculta y todos pudieron contemplar asombrados el rescate de Dánae. De pronto un fogonazo escapó de la cabeza cortada y todos los presentes fueron transformados en piedra.

Fuera esperaban Dánae, Andrómeda, Dictis y una joven armada. Cuando Perseo llegó hasta ellos, la joven dijo:
“Perseo, ya has llevado a cabo el cometido para el cual te prestamos ayuda, devuelve a los dioses lo q es suyo”
Así fue como Perseo se desprendió del casco de Hades, del escudo de Atena, de la hoz y las sandalias aladas de Hermes. También regaló la cabeza de Medusa a la hija de Zeus, quien la colocó en la égida.


Un tiempo después se convocaron unos juegos en Larisa, en honor al fallecido rey de la región, y Perseo decidió presentarse para alcanzar fama entre los helenos. Había decidido no acercarse a Argos ya que temía que el designio del dios délfico se cumpliera y diera muerte a su abuelo Arcisio.
Los Juegos habían comenzado, Perseo se presentó a diversas pruebas en las que salió vencedor y ganó las coronas ístmicas. Era ya mediodía cuando se presentó a la prueba de lanzamiento de disco, el sol relucía con fuerza, Apolo contemplaba los Juegos desde el Olimpo. El hijo de Dánae lanzó el disco, imprimiéndole tanta fuerza que se salió de la pista y fue a la gradas desatando el pánico.
Perseo, asustado por lo que había hecho, corrió hacia la gradas y trepó por ellas. La multitud se arremolinaba en torno a un cuerpo ensangrentado. Perseo vio que el inmenso disco había golpeado la cabeza de un anciano de noble cuna, la sangre corría por su rostro.
“¿Quién es?” preguntó, un escalofrío le recorrió el cuerpo.
“Arcisio, rey de Argos” le llegó la respuesta.
Perseo se derrumbó en ese momento y las lágrimas fluyeron de sus ojos. Al fin se había cumplido el castigo de Apolo a la familia de Dánao. Había manchado sus manos con la sangre de su abuelo, había quedado impuro ante los ojos de los dioses, ahora sería un desterrado para toda su vida…

El hijo de la Argiva. Andrómeda.

martes, 6 de abril de 2010
La playa se había llenado de gente que había visto la transformación de la serpiente en coral. Entre ellos un joven fornido que se acercó a Perseo y le increpó:

“¿Quién eres qué así te presentas en estas tierras?”
“¿Quién eres tú que tienes la osadía de dirigirte así a mí?” replicó a su vez Perseo “Yo soy Perseo, hijo de Zeus, matador de la Gorgona Medusa”
“Mi nombre es Agenor, hijo de Posidón, rey de Tiro, descendiente de Ío y Zeus” respondió Agenor.
“Somos parientes pues, yo desciendo de tu hermano Belo, soy nieto de Arcisio, rey de Argos” respondió Perseo.
“Te damos la gracias, príncipe” dijo Agenor “ahora puedes seguir tu camino, tu tierra está muy lejos.”
“¿Me expulsáis?” inquirió Perseo “¿No respetáis las normas de hospitalidad para mí y mi futura esposa?”
“¡Vuestra futura esposa!” exclamó Agenor “¿cómo es eso posible, si es mí prometida?”
Perseo y Agenor empuñaron sus armas al unísono:
“¡Explicad esto Cefeo!” gritó Agenor.
“El extranjero prometió salvarla si se la dábamos en matrimonio” respondió el rey etíope.
Con un grito el rey de Tiro se abalanzó sobre el joven Perseo. Las estocadas bailaron al compás de las espadas, las fintas se sucedieron unas a otras. Las estocadas sucedían a los puñetazos y patadas. Pronto ambos oponentes sangraban por diversas heridas. Agenor parecía el más fuerte de los dos, sin embargo, el Destino no tenía previsto que se casara con la princesa etíope, sino con Telefasa, que sería madre de muchos héroes. El rey de Tiro tropezó con una piedra, ventaja que aprovechó Perseo para tumbarlo contra el suelo y ponerle la espada en el cuello:
“Ríndete y podrás seguir viviendo”

Perseo y Andrómeda se casaron en Etiopía y muchos años más tarde cuando el hijo de Dánae era rey de Micenas, la rica en oro, tuvieron tres hijos, Electrión, Alceo y Esténelo. Tras la boda montaron en Pegaso y emprendieron el viaje hacia Sérifos, donde esperaba Dánae el retorno de su hijo.

El hijo de la Argiva. En una playa de Etiopía.

domingo, 4 de abril de 2010
Hacía cada vez más calor, Perseo llevaba ya muchos días volando sin encontrar la silueta de su tierra allá abajo, la sensación de haberse perdido aumentaba a la vez que la temperatura. Pegaso y él se llevaban bien, el animal se dejaba conducir con suavidad y el jinete había aprendido a dejarse llevar por su montura para coger las corrientes de aire. De pronto vio a una joven en lo alto de un acantilado, estaba atada a un enorme árbol seco. Dos siluetas contemplaban la escena en la playa. Perseo condujo a Pegaso hacia allí, las siluetas se convirtieron en un hombre y una mujer que le miraban asombrados:
“Soy Perseo, hijo de Zeus” se presentó “¿porqué está esa muchacha allí atada?”
“Soy el rey Cefeo y ella mi esposa Casiopea. A quien has visto es a nuestra hija Andrómeda, sacrificada a la Serpiente del gran dios Posidón, por orden del señor de los mares”
“La salvaré” afirmó el joven “y, con vuestro permiso, la desposaré en matrimonio”
“Nuestra hija ya está prometida” dijo la reina.
“No veo a ningún hombre aquí para salvarla” la voz de Perseo se endureció.
“Adelante, pues, si estás tan decidido, te concedemos su mano” dijo Cefeo tras mirar a su esposa.
Perseo voló hasta el lugar donde estaba Andrómeda atada con las sandalias que le había dado Hermes y gracias a la hoz pudo liberarla de sus ataduras. De pronto una monstruosa cabeza surgió de las aguas, el agua corría por las escamas de la serpiente y sus ojos voraces se clavaron en ambos jóvenes. Abrió la boca y una inmensa corriente de aire pestilente rodeó a la pareja. La serpiente miró con curiosidad al recién llegado al que nadie había invitado, valorando si era peligroso o no.
“Andrómeda, obedéceme si quieres salir con vida, cierra los ojos y aparta tu vista de mí” dijo el joven “¡rápido!”
Perseo metió la mano en la bolsa y tomando la cabeza de Medusa por los cabellos de serpiente la alzó. Al mismo tiempo el monstruo marino se abalanzó sobre ellos impactando contra la mirada de la Gorgona muerta. De pronto el animal comenzó a retorcerse, se retiró espantado y comenzó a huir. Entretanto Perseo cerraba los ojos con fuerza y apretaba el dulce rostro de Andrómeda contra su pecho. El olor a flores de su cabello lo inundó. Cuando abrió los ojos, tras guardar la cabeza de Medusa, contempló los verdes ojos llorosos de la chica y se inundó de ellos. Un graznido los sacó de su arrobamiento, levantaron los ojos y vieron que la serpiente se había convertido en un inmenso arrecife de coral de color negro contra el que se estrellaban las olas. Perseo tomó en brazos a Andrómeda y la llevó volando junto a sus padres.

El hijo de la Argiva. Medusa

viernes, 2 de abril de 2010
Al cabo de un tiempo Perseo se encontraba en el claro de un bosquecillo, cerca de las montañas de Occidente. De pronto oyó una canción entonada con la voz rota de unas ancianas, el joven se acercó sigiloso y contempló a tres horribles mujeres de largos cabellos grises, arrugadas y pequeñas, que daban vueltas alrededor de un caldero. Las tres Grayas eran mujeres ciegas y desdentadas que compartían un único ojo y un único diente.El joven se puso el casco de Hades, que le hacía invisible, y se acercó sigiloso robando el diente y el ojo de las ancianas. Las Grayas se volvieron y lo miraron con sus ojos vacíos y dijeron con su boca desdentada:“¿Quién eres y qué quieres extranjero? Devuélvenos lo que es nuestro”“Quiero saber donde se oculta Medusa, la Gorgona” respondió Perseo “entonces os devolveré lo que es vuestro”Las tres ancianas se reunieron y hablaron en voz baja mientras Perseo esperaba, al poco se volvieron hacia él:“El palacio de la Gorgona lo encontrarás si sigues al boyero hacia la puesta de sol y luego lo dejas a la izquierda. Cuando veas relucir al Aguador en el cielo allí la encontrarás”
Las estrellas brillaban en la oscura noche, el palacio de Medusa se alzaba sobre una loma junto a la que corría un caudaloso río. Perseo aterrizó suavemente sobre el patio donde fue recibido por una colección de estatuas de piedra, guerreros que habían caído en manos de la terrible Gorgona.Una suave melodía le llegaba desde el interior, Perseo se puso el casco de Hades y empuñó la hoz y el escudo que los dioses le habían dado. Se deslizó por el palacio cubriéndose con el escudo, el sol entraba por los grandes ventanales y el escudo refulgía en la oscuridad.Una figura se recortaba en las sombras, una mujer de bello rostro lo miraba seductora, de su cabeza nacían terribles serpientes que entonaban una melodía. Perseo se cubrió con el escudo mientras Medusa le clavaba una furiosa mirada, sin embargo solo contempló su reflejo en el escudo y con un atronador grito se convirtió en piedra.Perseo se acercó al monstruo y lo degolló con la hoz. Un nuevo prodigio se originó al caer la sangre de Medusa al suelo, un caballo alado de color blanco nació. Era Pegaso, quien sería la montura de muchos héroes. Perseo lo montó y salió de allí a toda velocidad mientras el cuerpo de la Gorgona estallaba al nacer un gigante de su interior.El hijo de Dánae salió del palacio de Medusa montando en Pegaso y con la cabeza de la Gorgona en una bolsa. Se dirigía a Sérifos para rescatar a su madre.

El hijo de la Argiva. La búsqueda

martes, 30 de marzo de 2010
Perseo se encontraba a la orilla del mar, ¿dónde podría hallar a Medusa? ¿Cómo le daría muerte? Y algo aún más urgente ¿cómo saldría de la isla? El joven conocía a algunos pescadores, hombres que le podrían ayudar a llegar al continente, su idea era consultar al oráculo de Delfos en primer lugar… Contempló el cielo en busca de señales que le indicaran el camino y se puso en marcha.
Al final logró que una embarcación lo llevara al continente, había desembarcado en Corinto, la ciudad de los dos puertos, y ahora se dirigía por el camino sagrado hacia Delfos. De pronto un terrible fogonazo lo cegó y postró en tierra:
“Levántate hijo de Zeus” le dijo con autoridad una suave voz de mujer.
Perseo levantó lo ojos y vio a una bella mujer de ojos grises armada para la guerra y a un joven de rubios cabellos y mirada traviesa:
“Hijo de Zeus soy Atena, he decidido ayudarte concediéndote mi escudo y el casco de Hades, que te hará invisible.”
“Yo soy Hermes, la voz de Zeus” dijo el joven “quien nos ha ordenado ayudarte, he decidido dejarte un par de sandalias aladas y una hoz con la que cortarás la cabeza de la Gorgona.”
“No la mires” dijo Atena “sus ojos convierten en piedra a los mortales y solo podrás matarla si le cortas la cabeza.”
“Dirígete hacia donde muere el sol,” aconsejó Hermes “Atlas, que sostiene el mundo, podrá decirte donde se encuentra la serpiente.”
Perseo parpadeó de asombro, pero antes de que pudiera darse cuenta los dioses habían desparecido dejando los dones concedidos. El joven se armó y se calzó las sandalias y de pronto se encontró surcando los aires.
Viajó sobre las verdes ondas del Ponto, por encima de islas y tierras. Un amanecer distinguió una inmensa mole en el horizonte. Al principio lo confundió con una montaña, sin embargo, a medida que se acercaba, distinguió los rasgos de un rostro bestial.
“¡Eh!” gritó “¿Podrías decirme dónde se encuentra la Gorgona Medusa”
“¿Quién eres que así increpas a Atlas, que sostiene la cúpula del cielo?” sonó una profunda voz, semejante al trueno.
“Soy Perseo, hijo de Zeus de ígneo rayo” respondió el joven.
“Joven hijo de un dios, la respuesta a tu pregunta la hallarás con las Grayas, en Occidente” respondió el titán.

El hijo de la Argiva. El desafío.

domingo, 28 de marzo de 2010
Un hombre contemplaba las olas del Ponto estrellarse contra las costas de la Isla de Sérifos. Estaba en la playa rememorando los hechos que acababan de acaecer en la isla: su hermano Policdetes acaba de dar un golpe contra la monarquía de la isla y se había autoproclamado rey. Pronto las cosas volverían a su cauce, pero conocía el carácter voluble de su hermano y rogaba a los dioses que sus desafueros no fueran más allá del umbral del palacio que ahora ocupaba.
En ese momento se fijó en un objeto que la corriente había dejado en la playa, un enorme baúl de madera con refuerzo de hierro. Se acercó prudentemente, un regalo de Posidón siempre podía ser peligroso. El cofre se estremeció, una voz parecía salir de él. El hombre tiró de él hasta un lugar seco y lo abrió. Se quedó atónito al descubrir a una bella joven que la miraba temerosa, la ayudó a salir y entonces se dio cuenta de que estaba embarazada:
“Me llamo Dictis” se presentó.
“Yo soy Dánae, hija de Arcisio, rey de Argos.”
En ese momento dio un grito de dolor y se llevó las manos a la abultada barriga:
“Mi hijo, ya viene.”
Pasaron diecisiete años, durante los cuales Dictis acogió a Dánae y educó y crió a su hijo como si fuera su propio padre. Perseo se convirtió en un joven atlético de cabellos oscuros y ensortijados, de penetrantes ojos azules. El joven se dedicaba a la caza y a las competiciones atléticas, destacando por encima de sus oponentes en tiro de disco, una pesada pieza de metal que requería una especial habilidad para ser lanzada. Un día Dictis fue convocado al palacio y se le ordenó llevar consigo a Dánae y a Perseo. Temía lo que su hermano podría hacer al ver a la mujer que había acogido en su casa, Dánae se había convertido en una bella mujer de carácter y fuerza.
La velada transcurrió sin incidentes, hasta que el tirano, borracho, provocó a Dánae. Ésta enrojeció por la ofensa pero se mantuvo en silencio. Perseo miró furiosamente hacia el sitial del anfitrión y dijo:
“Los dioses dieron normas de hospitalidad a los hombres, sin embargo en este lupanar no veo que se cumpla ninguna de ellas, más bien por el contrario, el anfitrión se divierte infringiéndolas.”
Policdetes, rojo de ira ante el insulto, vociferó:
“¡Insolente! ¿Cómo osas dirigirte al rey de tu tierra de esta manera? Te guste o no, tu madre se quedará en este palacio, solo podrás liberarla si me traes la cabeza de la Gorgona Medusa en una bolsa.”
Medusa era un horrible ser, hija de titanes, medio mujer, medio serpiente, con el poder de convertir a los hombres en piedra, se decía que sus cabellos eran en realidad serpientes de poderosa mirada. Perseo miró a su madre con suavidad, temeroso de enfrentarse a la prueba pero decidido a salvar a su madre. El silencio se prolongó largo tiempo.
“Ya me parecía a mí que el gallito cacareaba demasiado rápido” dijo el tirano.
Perseo le miró con dureza y con un rictus de odio en la boca se volvió para salir del palacio:
“Volveré madre.”

¿Quién es quién en el Monte Olimpo?

viernes, 26 de marzo de 2010
La Mitología es un conjunto de relatos encaminados a explicar el origen de determinados fenómenos naturales (recordemos que las civilizaciones pasadas no tenían muchos de los adelantos científicos de los que hoy disponemos) así como para darle un noble origen a determinada institución o a determinado ritual. En definitiva, servía para explicar al Hombre de la Antigüedad el mundo en el que vivía y lo que es más importante, le impedía cuestionarlo al ser este mundo fruto de la acción y/o voluntad de determinados dioses y héroes.

De todas las mitologías de la Antigüedad la más famosa es la greco-latina, de la que disponemos de numerosa información gracias a las fuentes escritas que nos han legado los autores griegos y romanos. Muchos personajes de los mitos clásicos son dioses del enorme Panteón de divinidades con el que contaban griegos y romanos.

Al igual que muchas civilizaciones de la Antigüedad, la civilizaciones clásicas eran politeístas. Lo especial de las divinidades clásicas es que estaban hechas a la medida del Hombre. En efecto, los dioses clásicos estaban colmado de virtudes pero también de algunos defectos como la lujuria, la irascibilidad, la soberbia... Había un dios o una diosa para cada faceta de la vida humana. El Panteón era inmenso aunque normalmente había un canon de doce dioses entre los que se encuentran los más importantes. En el presente artículo buscamos explicar quién es quién en este canon de doce divinidades principales y, a través de conocer su función, comprender como actúan en cada momento.

Zeus: Hijo de Crono y Rea, es el rey de los dioses tras derrocar a su propio padre y el progenitor de la gran mayoría de los Olímpicos con excepción de sus hermanos Hera, Démeter, Hestia, Hades y Posidón. Es el Dios del Rayo. Conocido por los romanos como Júpiter.

Hera: Hermana y esposa de Zeus. Diosa del matrimonio, debe de aguantar las constantes infidelidades de su esposo con otras mujeres. Hera se dedica a hacer la vida imposible a los frutos de estas relaciones. Conocida por los romanos como Juno.

Posidón: Dios de los mares y soberano de estos tras caerle en suerte este "reino" tras la caída de su padre Crono a manos de Zeus. Conocido por los romanos como Neptuno.

Démeter: Diosa de las cosechas. Crea las estaciones tras ser raptada su hija Perséfone por su tío Hades, al sumirse en una profunda tristeza. Conocida por los romanos como Ceres.

Afrodita: Diosa del amor en todas sus facetas. Es la diosa más hermosa del Olimpo. Hay varias versiones acerca de su origen: unos dicen que nació de la espuma y de la sangre de los testículos amputados de Urano, arrojados al mar por Crono. Otros dicen que es hija de Zeus y Dione. Casada con el deforme Hefesto, le engañará con el violento Ares. Los romanos la llaman Venus.

Apolo: Dios de la música, las artes, la clarividencia y la medicina entre otras facetas. Hijo de Zeus y Leto, nació en la isla de Delos donde su madre se ocultó de la furibunda Hera. Es el director del coro de las musas y está asociado al Sol. El oráculo de Delfos le está consagrado desde que diese muerte a Pitón. Los romanos le conocen con el mismo nombre, aunque en ocasiones es llamado Febo.

Ártemis: Diosa de la caza y hermana gemela de Apolo. Vive en el bosque, virginal, en compañía de un grupo de ninfas castas como ella. Está asociada a la Luna. Los romanos la conocen como Diana.

Atenea: Diosa de la sabiduría y de la guerra, usando la estrategia para evitar sufrimiento innecesario. Es hija de Zeus y Metis y nació de la cabeza de su padre tras devorar este a la pobre Metis. Virginal, es la patrona de la ciudad de Atenas. Llamada Minerva por los romanos.

Ares: Dios de la guerra en la vertiente más salvaje de esta. Es hijo de Zeus y Hera y amante de Afrodita. Tuvo poco culto en la Antigua Grecia aunque en Roma toma más relevancia al ser esta última civilización guerrera y expansionista. Los romanos lo conocen como Marte.

Hefesto: Dios del fuego y la metalurgia. Hijo de Hera sin que hubiese mediado hombre o dios alguno. Cuando su madre vio su fealdad, lo arrojó del Olimpo al mar, dejándolo cojo. Casado con la hermosa Afrodita, tendrá que aguantar sus numerosas infidelidades. Enormemente hábil, fabricará muchas armas mágicas que servirán a dioses y héroes para cometer sus misiones. Vulcano es el nombre que recibe en el mundo latino.

Hermes: Mensajero de los dioses. Era el único que podía manifestarse ante los mortales en su forma original. Tenía la virtud de transportar las almas de los mortales al Inframundo. En el mundo romano recibe el nombre de Mercurio y su figura se banaliza convirtiéndose en protector de viajeros y ladrones.

Dioniso: Dios del vino. Era hijo de Zeus y de la mortal Sémele. Su madre perdió la vida al ser persuadida por Hera para que pidiese a Zeus que se mostrase en su forma original y cuando esto pasó, fue carbonizada. Conquistador de la India, vemos como se instituye su culto en la Antigua Grecia en la tragedia de Eurípides "Bacantes". En el mundo romano es conocido como Baco.

Aunque no figura en el canon, debe de incluirse aquí por su importancia a:

Hades: Dios de los muertos y señor del Inframundo tras serle asignado este reino en el sorteo que siguió a la caída de su padre, Crono. Divinidad con poco culto en Grecia debido a su oscura advocación, Hades aparece en pocos mitos, siendo el más importante el de Perséfone y el nacimiento de las estaciones. Los romanos lo llamaban Plutón.

Estas son las divinidades griegas más importantes y las que mayor importancia tienen en los mitos que vamos a tratar en este blog.

FUENTE: Los grandes dioses romanos. Los originales, los importados de Grecia y los fusionados en Historia y Vida nº473 pp.30-57

El hijo de la Argiva. El comienzo

miércoles, 24 de marzo de 2010
Los dos niños no querían irse a dormir. Presentían que era un momento especial: estaba allí el abuelo y querían ver todo lo que ocurriese. Pero mamá estaba muy pesada…
“Marta, déjalos” interrumpió el abuelo “¡sentaos aquí!
Ellos, poco dispuestos a irse, aprovecharon la ocasión y se sentaron en la moqueta a los pies del abuelo:
“Os voy a contar la historia de un príncipe de hace mucho, mucho tiempo. La Historia del Príncipe Perseo, de cómo mató a Medusa y se convirtió en el rey más poderoso de toda Grecia”

En el ágora de Tirinto, ciudadela de los dioses, era día de mercado. Entre la algarabía reinante un pequeño grupo, que iba engrosando con el paso del tiempo, permanecía en silencio escuchando a un solo hombre. Éste era un anciano de ojos cegados, cuya melodiosa voz tenía acentos de las tierras de más allá del Egeo, de las ciudades de la Jonia cercanas a los bárbaros de Oriente.
“¿Sabéis quién fundó la ciudad de Micenas, la rica en oro? ¿Conocéis las historias de los reyes y príncipes que contribuyeron al engrandecimiento de los Perseidas? Os voy a relatar una historia sin parangón, una historia de misterios, traiciones, aventuras… Espero que la Musa, hija de Zeus, me conceda la gracia y la voz para transmitir aquello que me susurra al oído…”

En la ciudad de Argos, hace mucho tiempo, reinaba Arcisio. Tenía una hija, Dánae, una bella niña de cabellos dorados y ojos oscuros, de danzarines piernas y melodiosa voz. El rey estaba feliz ya que su reino, que tanto le había costado conseguir, ya tenía una heredera. Sin embargo el dios de Delfos acabó con esta alegría. Profetizó que el hijo de Dánae mataría a su abuelo y lo sustituiría en el trono. Ante esto, Arcisio, temeroso de los designios del dios encerró a su hija, cuando ya había alcanzado la edad de tener hijos, en una alta torre de su palacio.
Un día, Zeus, el padre de los dioses y señor del Olimpo, descubrió a la joven en su prisión y enamorado de ella decidió entrar en la estancia. Esa tarde cuando Dánae contemplaba melancólica las paredes de la habitación en la que estaba encerrada, sin que ni siquiera un rayo de sol pudiera colarse por una ventana vio un prodigio: un líquido dorado goteaba del techo. La princesa no se movió de lugar mientras esperaba a ver en que acaba todo aquello.
De pronto del charco dorado surgió un hombre, de barba negra y espesa, ojos azules, fuerte y que irradiaba una poderosa autoridad. Sin palabras, la princesa sabía que quien la visitaba era un dios, se contemplaron mutuamente. La princesa clavó sus negros ojos en la figura mientras la pasión se encendía en su pecho.

Arcisio no daba crédito al hecho palpable de que su hija estaba embarazada de varios meses, la profecía del dios parecía inevitable. Sin embargo aún podía hacerse algo, temeroso de perder la vida a las manos del fruto de su hija, la encerró en un enorme baúl de madera y la arrojó al mar, el Ponto se encargaría, y con suerte sería devorada por alguno de los animales de Posidón, y, o eso esperaba, no volvería a saber de ellos nunca más.

Comencemos por el principio

lunes, 22 de marzo de 2010
¡Salud hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vuestro canto. Celebrad la estirpe sagrada de los sempiternos Inmortales, los que nacieron de Gea y del estrellado Urano, los que nacieron de la tenebrosa Noche y los que crió el salobre Ponto. Decid también cómo nacieron al comienzo los dioses, la tierra, los ríos, el ilimitado mar de agitadas olas y, allí arriba, los relucientes astros y el ancho cielo. Y los descendientes de aquéllos, los dioses dadores de bienes, cómo se repartieron la riqueza, cómo se dividieron los honores y cómo además, por primera vez, habitaron el muy abrupto Olimpo. Contadme esto, Musas que desde un principio habitáis las moradas olímpicas, y decidme lo que hubo antes de ellos.


En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de Gea de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos. Del Caos surgieron Érebo y la negra Nix. De Nix a su vez nacieron el Éter y Hemera, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo. Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a los grandes Ourea, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.

Hesíodo: "Teogonía" , Invocación a las Musas y Cosmogonía
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Kairós