El hijo de la Argiva. En una playa de Etiopía.

domingo, 4 de abril de 2010
Hacía cada vez más calor, Perseo llevaba ya muchos días volando sin encontrar la silueta de su tierra allá abajo, la sensación de haberse perdido aumentaba a la vez que la temperatura. Pegaso y él se llevaban bien, el animal se dejaba conducir con suavidad y el jinete había aprendido a dejarse llevar por su montura para coger las corrientes de aire. De pronto vio a una joven en lo alto de un acantilado, estaba atada a un enorme árbol seco. Dos siluetas contemplaban la escena en la playa. Perseo condujo a Pegaso hacia allí, las siluetas se convirtieron en un hombre y una mujer que le miraban asombrados:
“Soy Perseo, hijo de Zeus” se presentó “¿porqué está esa muchacha allí atada?”
“Soy el rey Cefeo y ella mi esposa Casiopea. A quien has visto es a nuestra hija Andrómeda, sacrificada a la Serpiente del gran dios Posidón, por orden del señor de los mares”
“La salvaré” afirmó el joven “y, con vuestro permiso, la desposaré en matrimonio”
“Nuestra hija ya está prometida” dijo la reina.
“No veo a ningún hombre aquí para salvarla” la voz de Perseo se endureció.
“Adelante, pues, si estás tan decidido, te concedemos su mano” dijo Cefeo tras mirar a su esposa.
Perseo voló hasta el lugar donde estaba Andrómeda atada con las sandalias que le había dado Hermes y gracias a la hoz pudo liberarla de sus ataduras. De pronto una monstruosa cabeza surgió de las aguas, el agua corría por las escamas de la serpiente y sus ojos voraces se clavaron en ambos jóvenes. Abrió la boca y una inmensa corriente de aire pestilente rodeó a la pareja. La serpiente miró con curiosidad al recién llegado al que nadie había invitado, valorando si era peligroso o no.
“Andrómeda, obedéceme si quieres salir con vida, cierra los ojos y aparta tu vista de mí” dijo el joven “¡rápido!”
Perseo metió la mano en la bolsa y tomando la cabeza de Medusa por los cabellos de serpiente la alzó. Al mismo tiempo el monstruo marino se abalanzó sobre ellos impactando contra la mirada de la Gorgona muerta. De pronto el animal comenzó a retorcerse, se retiró espantado y comenzó a huir. Entretanto Perseo cerraba los ojos con fuerza y apretaba el dulce rostro de Andrómeda contra su pecho. El olor a flores de su cabello lo inundó. Cuando abrió los ojos, tras guardar la cabeza de Medusa, contempló los verdes ojos llorosos de la chica y se inundó de ellos. Un graznido los sacó de su arrobamiento, levantaron los ojos y vieron que la serpiente se había convertido en un inmenso arrecife de coral de color negro contra el que se estrellaban las olas. Perseo tomó en brazos a Andrómeda y la llevó volando junto a sus padres.

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