El hijo de la Argiva. El desafío.

domingo, 28 de marzo de 2010
Un hombre contemplaba las olas del Ponto estrellarse contra las costas de la Isla de Sérifos. Estaba en la playa rememorando los hechos que acababan de acaecer en la isla: su hermano Policdetes acaba de dar un golpe contra la monarquía de la isla y se había autoproclamado rey. Pronto las cosas volverían a su cauce, pero conocía el carácter voluble de su hermano y rogaba a los dioses que sus desafueros no fueran más allá del umbral del palacio que ahora ocupaba.
En ese momento se fijó en un objeto que la corriente había dejado en la playa, un enorme baúl de madera con refuerzo de hierro. Se acercó prudentemente, un regalo de Posidón siempre podía ser peligroso. El cofre se estremeció, una voz parecía salir de él. El hombre tiró de él hasta un lugar seco y lo abrió. Se quedó atónito al descubrir a una bella joven que la miraba temerosa, la ayudó a salir y entonces se dio cuenta de que estaba embarazada:
“Me llamo Dictis” se presentó.
“Yo soy Dánae, hija de Arcisio, rey de Argos.”
En ese momento dio un grito de dolor y se llevó las manos a la abultada barriga:
“Mi hijo, ya viene.”
Pasaron diecisiete años, durante los cuales Dictis acogió a Dánae y educó y crió a su hijo como si fuera su propio padre. Perseo se convirtió en un joven atlético de cabellos oscuros y ensortijados, de penetrantes ojos azules. El joven se dedicaba a la caza y a las competiciones atléticas, destacando por encima de sus oponentes en tiro de disco, una pesada pieza de metal que requería una especial habilidad para ser lanzada. Un día Dictis fue convocado al palacio y se le ordenó llevar consigo a Dánae y a Perseo. Temía lo que su hermano podría hacer al ver a la mujer que había acogido en su casa, Dánae se había convertido en una bella mujer de carácter y fuerza.
La velada transcurrió sin incidentes, hasta que el tirano, borracho, provocó a Dánae. Ésta enrojeció por la ofensa pero se mantuvo en silencio. Perseo miró furiosamente hacia el sitial del anfitrión y dijo:
“Los dioses dieron normas de hospitalidad a los hombres, sin embargo en este lupanar no veo que se cumpla ninguna de ellas, más bien por el contrario, el anfitrión se divierte infringiéndolas.”
Policdetes, rojo de ira ante el insulto, vociferó:
“¡Insolente! ¿Cómo osas dirigirte al rey de tu tierra de esta manera? Te guste o no, tu madre se quedará en este palacio, solo podrás liberarla si me traes la cabeza de la Gorgona Medusa en una bolsa.”
Medusa era un horrible ser, hija de titanes, medio mujer, medio serpiente, con el poder de convertir a los hombres en piedra, se decía que sus cabellos eran en realidad serpientes de poderosa mirada. Perseo miró a su madre con suavidad, temeroso de enfrentarse a la prueba pero decidido a salvar a su madre. El silencio se prolongó largo tiempo.
“Ya me parecía a mí que el gallito cacareaba demasiado rápido” dijo el tirano.
Perseo le miró con dureza y con un rictus de odio en la boca se volvió para salir del palacio:
“Volveré madre.”

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